La Iglesia de comienzos de la Edad Moderna tiende a hacerse señorial, a acumular riquezas, y a la ostentación de ellas. El papa tiene ambiciones políticas: se venden bulas para conseguir dinero y ventajas políticas, y la Iglesia se instala en la corrupción para conseguir dinero, por más que se condene la simonía, o venta de sacramentos. Se crea una teocracia imperial.
También en el seno de la Iglesia católica se hace un intento por moralizar la vida eclesiástica y tener un espíritu más evangélico. Los jesuitas intentan una conciliación con los protestantes, para lo que elaboran el mito de la Iglesia primitiva, y defienden el estudio del Evangelio. Pero los jesuitas tienen un voto de obediencia al papa que será la esencia de la contrarreforma. Además, los jesuitas negarán la religiosidad íntima, en favor de la de los grandes ritos
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